miércoles, 7 de marzo de 2007

Eurísticos

Hay un mal endémico que parece no tener cura. Se trata de los prejuicios. Los prejuicios en psicología se denominan eurísticos, y no son malos, no, más bien todo lo contrario. No hay más que fijarse en la raiz de la misma palabra (Eu='Bueno' en griego). Aun sin tener conciencia de este palabro, se trata de una herramienta muy útil que aplicamos todos a diario, pues nos permite no malgastar nuestro tiempo y no aplicar a algo un esfuerzo que podemos ahorrarnos. Es decir, si yo veo a un chico joven vestido de bacala conduciendo un Seat león me cambio de carril o bien le dejo pasar, el caso es que me alejo, pues he inferido gracias a mi eurístico que ese es un cabronazo que seguro me hace la pirula.
Esta es una regla que he aplicado de forma magnífica desde que un abispado profesor en Ciencias de la Información la comentó en clase, desde entonces manda en mí la ley del mínimo esfuerzo y me he dado cuenta de que ya antes de conocerlo la aplicaba muy bien. Por ejemplo, a raiz de conocer a la persona que más he odiado en el mundo, una compañera de clase en el instituto con el desafortunado nombre de Vanesa y desafortunada cara de besugo y cartucheras instaladas ya a su entonces tierna edad de 16-17 años, ese nombre propio hace que me ahorre tratar a gente realmente estúpida y , que me perdonen las Vanesas! pero hasta el momento no he conocido a ninguna que me elimine este monumental eurístico, si no más bien que me lo corrobore, así pues, no pierdo el tiempo entramando unos lazos relacionales-ya sea profesional o personal- y dejo que la causalidad haga su trabajo.
Esto le pasa en mi empresa a una magnífica persona y compañera de trabajo. Su nombre es Marta y, aunque mi abuela nos ha estado machacando siempre a mis hermanos y a mí con frases de su pueblo tales como "Marta. Una mierda así de alta" o "eres más guarra que la Marta", no tengo nada que reprochar a este nombre. Lo que le ocurre a Marta es que, además de alta, es una mujer estilizada, rubia con pelo largo y muy bien arregladita, y eso que lleva dos hijos ya a sus espaldas. Y lo primero que pensamos todos al verla es "qué hace esta azafata de Iberia suelta en una empresa de ingenieros?". Pues no, resulta que no es azafata y que tiene una consolidada formación y experiencia en administración de empresas y además tiene más cerebro que varios ingenieros juntos. Ella tiene que soportar además un hecho real, y es que entró en la empresa porque su marido es socio de uno de los proveedores más importantes de la compañia, así que fue recomendada y entró. La verdad es que todo esto hace que se cueza un buen eurístico, un buen prejuicio contra ella. De eso no me quejo, lo que me molesta es la dificultad para borrar prejuicios de la mente de las personas, pues por más que trabaje y demuestre su valía, parte del resto de los trabajadores sigue pensando que esta tía biene aquí a lucir su palmito y llevarse las pelas por la cara y lo peor es que se creen en pleno derecho de hacerle saber esta opinión personal. Pues Marta está ya un poco hasta los cojones, así me lo dijo a mí hace un par de días y mi consejo fue que les conteste con palabras y no con trabajo. Marta también tiene derecho a expresar su opinión y a empezar a sentirse como una trabajadora más de la empresa, que ha pasado la entrevista (que así fue) y ha sido seleccionada por ello. Solo cuando acepte que está ahí por ella misma y no por su marido, dejará de sentirse mal por lo que puedan decirle. Si además ella dice lo que piensa, es posible que más de un prejuicioso empiece a plantearse si la imagen que tiene formada de Marta en su cabeza es real o no.

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